Con los/as niños/as hay límites de seguridad que no es necesario explicar. Si el/la niño/a va a cruzar la calle y viene un coche, se le coge de la mano rápidamente para salvarle la vida. Los límites de seguridad a veces se ponen sin haber una negociación previa.
En ese mismo sentido, hay límites de relación que a veces tampoco se pueden explicar porque quizás el/la niño/a no esté en un proceso psicomadurativo en el que pueda recibir, entender o racionalizar el por qué de ese límite.
A veces, queremos que los/as niños/as tomen decisiones acerca de los límites para los que no están preparados.
Hay épocas en los/as niños/as pegan porque no controlan los movimientos de su cuerpo, no controlan su fuerza y no tienen vocabulario ni herramientas para manifestar la frustración de no conseguir cosas. Entonces, pegan porque es instintivo y en esos casos, hay que parar, poner un límite para cuidar.
En otras situaciones, se ha visto como las madres y padres les preguntan a sus hijos/as de forma inmediata: ¿Qué te pasa? ¿Qué necesitas? Y quizás, es un/a niño/a que está con una rabieta. Su cerebro de dos años tiene una explosión y la familia está intentando dialogar con un peque que no tiene la capacidad ni sabe lo que le pasa.
Se puede ir añadiendo la explicación o argumentos para cuando psicoevolutivamente estén preparados, pero siempre con mucho cuidado y escucha. A veces, a los/as niños/as se les están hablando y explicando muchas cosas que no están preparados para entender.
Es prioritario en todos los casos que exista conexión del contacto, es decir, que cuando estamos poniendo un límite, que es algo frustrante, incluso puede darse una sensación de soledad porque hay una separación, están ocurriendo muchas cosas que están madurando, pero que a la vez suponen una diferenciación y una distancia. Por eso, es importante que haya cercanía.
Lo importante no es tanto dar muchas explicaciones sino que el acto de poner un límite no suponga una interrupción del contacto.
(Foto: Cortesía de Mikael Kristenson)