La culpa es una emoción que todas las personas experimentamos en algún momento de nuestras vidas. Desde un enfoque humanista se busca comprender la culpa no tanto como un sentimiento negativo sino como una oportunidad para el crecimiento personal, la autoaceptación y la conexión con los demás.
En primer lugar, nos gustaría diferenciar entre la vergüenza y la culpa: la vergüenza está más relacionada con el ser y la culpa con el hacer. Tanto la vergüenza como la culpa son dos emociones que implican al otro/a. Simplificando mucho sería que la culpa dice: “he hecho algo malo” mientras que la vergüenza dice: “hay algo malo en mí”.
Están muy cerca y en muchas ocasiones no se pueden distinguir. A veces creemos que es culpa y es vergüenza, o viceversa.
Como expresa Brené Brown: «La vergüenza no es culpa, la vergüenza está centrada en uno mismo, la culpa está centrada en el comportamiento».
En términos generales, la culpa se experimenta cuando una persona siente que ha desobedecido sus propios estándares morales o éticos. Puede ser una respuesta a acciones concretas, como hacer daño a alguien, o a fallos percibidos en las propias expectativas. La culpa puede manifestarse de diferentes maneras, desde una ligera sensación de malestar hasta una carga emocional abrumadora.
La culpa puede surgir de diversas situaciones. Por ejemplo, a la hora de fijar un límite aparece la culpa lo que origina una falsa sensación de control. Es la idea de que si yo me pongo en la culpa, si yo asumo que puedo hacer algo, me da una falsa sensación de control de que algo puedo hacer para que no vuelva a pasar.
La vida es la vida y no siempre hay culpables ni responsables, suceden cosas sin más. Por ejemplo: tengo la culpa de que mi hijo/a ya se haya caído y tenga un chichón. Entonces, me digo: soy mala madre, me siento muy culpable. ¡Qué mala madre soy! ¡Lo he hecho mal! Da la sensación de que puede ser diferente en algún momento. En esos casos, lo que hay que aprender es a sostener la ambivalencia, la frustración y la incertidumbre.
La culpa y la vergüenza, en realidad, son estragos emocionales profundos que están muy ligados a la fantasía de omnipotencia. Es necesario asumir la imperfección de las cosas, la realidad. No controlamos el mundo, no se puede.
La culpa puede ser vista como una señal importante que puede guiar a una persona hacia una mayor autocomprensión y desarrollo personal.
La psicología humanista ofrece varias herramientas y enfoques para ayudar a las personas a manejar la culpa de manera constructiva como la psicoterapia; el diálogo interno para examinar las fuentes de culpa y su significado; la práctica de la autocompasión, tratarnos a nosotro/as mismos/as con la misma amabilidad y comprensión que ofreceríamos a un amigo en una situación similar y la visualización positiva que nos permite imaginar escenarios futuros en los que hemos aprendido de nuestros errores, entre otras.
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(Foto: Cortesía de Nate Neelson)