La etapa escolar, tanto en la niñez como en la adolescencia, es un momento muy importante en nuestra vida, tanto social como emocionalmente. Son los años en los que investigamos quiénes somos y establecemos la relación con nosotros mismos, pero también con los que nos rodean, por lo que también descubrimos cómo somos con los demás.
Ya no nos relacionamos sólo con la familia, y los amigos empiezan a ser lo más importante para nosotros. Estar en grupo, pertenecer, disfrutar con iguales, es una prioridad, y dedicamos mucha energía, casi toda nuestra energía, a ello.
Se forjan o se alimentan muchas de nuestras creencias, de nuestros axiomas más profundos, sobre el mundo, sobre nuestro papel y nuestra seguridad en el mismo, y en la confianza en los demás; todo esto forma parte de nuestro guión de vida.
Cuando, en este proceso tan importante y delicado, irrumpe el acoso escolar, puede influir de manera muy perjudicial en estas creencias, generando una desconexión con nosotros mismos, y, especialmente, con la sociedad y los demás, que puede dejar huella durante mucho tiempo.
Padecer este tipo de acoso incrementa claramente el riesgo de problemas de salud de todo tipo y también de mayores dificultades tanto académicas como sociales en la infancia y adolescencia; pero además puede ser un factor de riesgo para enfermedades tanto físicas como de salud mental en la adultez.
El acoso escolar y ciberacoso
El acoso escolar o Bullying es una situación de la que podrían haber sido víctimas, según la UNESCO, uno de cada tres niños/as en el último mes. No en vano ha sido categorizada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un problema grave de salud pública mundial. En España, en un estudio realizado entre enero de 2020 y septiembre de 2021 por la ONG internacional, Bullying Sin Fronteras, se informaba de que siete de cada diez niños/as sufren acoso escolar.
Lo que no es tan conocido y es igualmente interesante es que esta relación no solo se produce en aquellos/as víctimas de acoso escolar sino también en aquellos/as que lo perpetran, y también en los que son perpetradores/as y al mismo tiempo víctimas. Los testigos/as del acoso y su entorno también se convierten en posibles sufridores/as de sus consecuencias, pues al final se produce en periodos en los que la integración y la formación de relaciones interpersonales con iguales son cruciales para el desarrollo personal y nuestra manera de vivir las relaciones adultas.
Cabe destacar que, además de los medios por los que el acoso escolar lleva tristemente realizándose desde siempre, se suma en los últimos tiempos el acoso que se puede realizar por internet, vía fundamentalmente las redes sociales o ciberacoso.
De esta manera, la tortura diaria a la que se someten tantos/as menores, no se acaba en los muros de la escuela ni en el momento en que suena la alarma de final de clases. El ciberacoso aporta nuevos retos y peligros como son: la dificultad para la supervisión y control de estos espacios; el desconocimiento de la necesidad de estar pendientes y la potencialidad dañina de los mismos por algunos padres o tutores; el incremento potencial de exposición pudiendo llegar a una audiencia mucho mayor; la posibilidad de anonimidad de los ataques y la permanencia de todo lo que se sube a la red.
Crecer y desarrollarse como personas, emocional y socialmente sanas, es un proceso hermoso pero frágil. Y los niños y adolescentes necesitan el acompañamiento, cuidado y mirada adecuados para que se den las condiciones en las que pueda darse con las mejores condiciones.
Por eso es tan importante, que nosotros, los adultos, ya que ellos no están preparados, seamos conscientes, observemos, y pongamos las medidas, tanto de prevención como de tratamiento y acompañamiento posterior, ante las consecuencias del acoso escolar.
Se trata de un trabajo conjunto: padres, profesores y en general, todos los adultos tenemos que estar atentos para acompañarles en este proceso y ayudarles a llegar a ser personas seguras y sanas.