El límite tiene una doble dirección: una hacia fuera y otra hacia dentro.
La dirección hacia afuera es: te freno, te paro, no dejo que me invadas o que me faltas el respeto. La otra, hacia dentro, se refiere a que tengo el derecho a poner ese límite.
En el caso de las madres y los padres, en ocasiones, les genera una gran dificultad poner límites a los/as niños/as, porque no reconocen que tienen derecho a poner ese límite, aunque el otro se enfade, se frustre o llore.
Poner un límite no tiene por qué romper el contacto con la persona. Poner un límite es un acompañamiento en la evolución y en la educación psicoevolutiva del menor.
Cuando tenemos esto claro, la parte interna es mucho más fácil de manejar y evitamos situaciones de angustia y ambivalencia.
(Foto: Cortesía de Romina Farias)