No sólo los niños/as y adolescentes pueden padecer depresión, sino que en los últimos años y especialmente tras la pandemia se está produciendo un aumento del diagnóstico de casos de depresión en la infancia, siendo éste uno de los diagnósticos más frecuentes en menores de edad, detrás de la ansiedad y junto a los trastornos del comportamiento.
En estudios previos a la pandemia, se estima un 2,8% de prevalencia de depresión en niños menores de 13 años y un 5,6 por ciento en adolescentes de 13 a 18 años.
Y tras la pandemia se ha apreciado un aumento de la gravedad y la edad de inicio de todos los trastornos del ánimo, incluyéndose la depresión, cuyo diagnóstico se ha cuadruplicado.
Por tanto, la depresión es un problema de salud pública, un trastorno frecuente y tratable, y una causa potencialmente prevenible de una serie de discapacidad y consecuencias tales como fracaso académico, abuso de sustancias y mortalidad en niños y adolescentes.
Además, la existencia de los síntomas o trastorno del ánimo no solo afectan al periodo de la niñez o adolescencia, sino que sus efectos se pueden extender a la edad adulta. Los estudios muestran que un 60 por ciento de personas con diagnóstico de depresión antes de la mayoría de edad padecerán de nuevo depresión en la edad adulta, viéndose además que los adultos con depresión mayor que tuvieron depresión durante la adolescencia presentan tasas de suicidio más altas.
Es muy importante destacar que en la niñez y adolescencia, la expresión de los síntomas puede ser diferente de la que podríamos ver en adultos. Es de lo más habitual, por ejemplo, más que la tristeza, que nos encontremos con irritabilidad, aislamiento o disminución de la concentración y el rendimiento, tanto en niños como sobre todo en adolescentes.
Los niños tienen mucho más frecuentemente síntomas somáticos (como dolor de cabeza, dolor de estómago, cansancio general…), inquietud psicomotriz, ansiedad por separación, fobias y alucinaciones.
Los adolescentes son más propensos a presentar falta de ganas o disfrute con las cosas, aburrimiento, desesperanza, hipersomnia (aumento de las horas de sueño), cambio de peso (en cualquier dirección, ganancia o pérdida, o incluso no ganancia de lo esperado para su edad), y uso de sustancias como alcohol o drogas.
Por tanto, ante la aparición de un cambio de conducta en un niño o adolescente, aunque no muestre los datos “típicos” de tristeza, llanto o verbalización de malestar que solemos asociar típicamente con la depresión, tenemos que estar muy atentos y dispuestos a profundizar para ver más allá.
Y siempre, intentar primero comprender el por qué de estos cambios, que en algunas ocasiones puede ser la existencia de un estado de ánimo deprimido, para poder acompañarle y ayudarle en su camino a la recuperación.
Teresa Crespo, psiquiatra especializada en niños y adolescentes.
BIBLIOGRAFÍA:
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